El aumento de precios y la escasez del plátano verde golpean el bolsillo de las familias y desafían a los pequeños comerciantes en Guayaquil.
En la Costa ecuatoriana, donde el plátano verde es más que un acompañante y representa el alma de su cocina, la escasez y el aumento de su precio se sienten en cada olla. Julio Suplehuiche lo comprobó en carne propia cuando, tras recorrer diez tiendas sin éxito, terminó comprando el ingrediente en el tradicional mercado de Gómez Rendón, en el centro de Guayaquil. “No hay maduro ni verde, y si hay, lo venden caro”, relata mientras recuerda cómo, por $4, consiguió diez verdes y recibió uno extra de “cariño”.
Su búsqueda empezó en su barrio, en la 15 y Cuenca, donde las perchas estaban vacías. El fenómeno no es aislado. La tarde de su compra, la mayoría de los puestos del mercado ya habían cerrado y solo dos vendían verde. Uno de ellos, atendido por Carlos Zambrano, un comerciante con 25 años de experiencia, quien señala que el problema no es la exportación, como se rumorea, sino las consecuencias del invierno.

El impacto no solo se percibe en los mercados. Mercedes Arellano, ama de casa, se sorprendió al tener que pagar $1 por tres verdes, cuando antes con ese mismo dólar compraba hasta siete. “Aunque sea pequeño, el dominico rendía”, dice. Ahora busca estirar su utilidad: tres verdes para un majado, otros tres para tortillas. “Pero igual ya no alcanza como antes”.
En un país donde el consumo per cápita de plátano bordea los 40 kilos al año, y donde platos como el bolón, el corviche, el viche y el caldo de bola forman parte de la identidad alimentaria, la subida de precios del verde tiene un efecto directo en la economía doméstica.

Pero si en casa duele, en el negocio se complica aún más. Geovanny Ayoví, vendedor de bollos en La Bahía, asegura que el racimo más pequeño pasó de costar $3 a valer hasta $10. Él y su familia, provenientes de Esmeraldas, mantienen el precio del bollo en $2,50 con arroz incluido, porque saben que subirlo es perder clientela. “El verde nos rinde porque lo rallamos y, al enfriar, se expande como harina”, explica sobre su técnica de producción diaria.
La crisis del verde también alcanza las zonas rurales. “En Esmeraldas también está escaso”, cuenta Ayoví. “Como no está lloviendo, el verde no se desarrolla bien”. Esta contradicción entre los estragos del invierno anterior y la actual sequía evidencia el impacto climático en la producción agrícola del país.
En Guayaquil los comerciantes ajustan sus recetas para mantener precios; las de amas de casa que reinventan los menús para estirar el presupuesto; y la de una ciudad que resiste con sabor, aunque cada vez le cueste más llevar su ingrediente estrella a la mesa.