¿Otro evento vitrina más o calidad deportiva?
El nuevo formato del Mundial de Clubes ha llegado para quedarse, al menos por ahora. Con más equipos, más partidos y mayor presencia mediática, la FIFA busca transformar este torneo en un producto de élite, similar a una mini Copa del Mundo. Pero tras las primeras impresiones, la pregunta es inevitable: ¿estamos ante un salto evolutivo en el fútbol de clubes o ante una competencia inflada que beneficia a pocos y exige demasiado?
Desde lo positivo, no cabe duda de que el Mundial de Clubes representa una oportunidad única para que equipos de todas las confederaciones midan fuerzas en igualdad de condiciones. Lo que antes era un torneo corto, con tintes simbólicos, ahora ofrece una plataforma real para que clubes de Asia, África, América del Norte y del Sur puedan desafiar a los gigantes europeos. Es, también, una vitrina para talentos menos expuestos y una experiencia internacional invaluable para jugadores y técnicos.
La cobertura global ha sido masiva. Las marcas comerciales y los derechos de televisión han respondido con entusiasmo. Para los organizadores, eso ya es una victoria. Además, el torneo ofrece al aficionado la posibilidad de ver enfrentamientos poco comunes —un Palmeiras vs. Al Ahly, un Fluminense vs Chelsea— que rompen con la rutina de los calendarios tradicionales.
Pero no todo es brillo. El torneo también ha expuesto serias limitaciones, empezando por el formato sobrecargado. Con 32 equipos y un mes de duración, se ha convertido en un torneo exigente para clubes que ya compiten en ligas y copas nacionales, además de las competencias continentales. Para muchos, esto no es más que un “mini Mundial” innecesario que rompe con la planificación anual, especialmente en clubes con planteles ajustados o ligas que no detienen su calendario.
Otro punto de crítica es el desbalance competitivo. A pesar de la inclusión masiva, la realidad es que los clubes europeos siguen siendo claros favoritos. La diferencia económica, estructural y deportiva entre un club como el Real Madrid y uno africano o asiático sigue siendo abismal. En muchos partidos, el marcador refleja más una exhibición que una contienda equilibrada.
A esto se suma el factor climático, especialmente en ediciones organizadas en sedes poco tradicionales para el fútbol de clubes. Altas temperaturas, humedad y viajes largos han condicionado el rendimiento de varios equipos. Si bien la FIFA busca llevar el fútbol a nuevos rincones del mundo, también debe priorizar las condiciones de juego. No se puede exigir rendimiento de élite en climas extremos o con logística caótica. Para muestra, el sufrimiento físico de varios clubes sudamericanos y africanos en la última edición, que viajaron miles de kilómetros solo para jugar en condiciones adversas y, muchas veces, ser eliminados en la primera ronda.
Las constantes paralizaciones de partidos por lluvias intensas han sido uno de los puntos críticos en la presente edición del Mundial de Clubes, especialmente en sedes donde el clima tropical o monzónico no fue previsto con suficiente planificación. Varios encuentros tuvieron que suspenderse o retrasarse debido a canchas inundadas o condiciones de riesgo para los jugadores. Esto no solo afecta el espectáculo, sino que también desestabiliza la preparación física y táctica de los equipos, obligándolos a adaptarse sobre la marcha y perdiendo el ritmo competitivo. Para un torneo que pretende ser de élite, estas interrupciones son inaceptables.
De cara al Mundial de Futbol del próximo año, este tema se vuelve aún más urgente. Si las sedes elegidas no cuentan con una infraestructura adecuada —como drenajes modernos, techados en graderíos o planificación de contingencias—, el torneo corre el riesgo de estar marcado más por el clima que por el fútbol. Las condiciones meteorológicas no pueden seguir siendo un factor sorpresa. La FIFA, junto con las federaciones locales, debe garantizar que los escenarios estén a la altura de una competencia global, y eso incluye estar preparados para la naturaleza. Porque ningún formato espectacular servirá si los partidos no pueden jugarse.
También está el dilema del interés real. Aunque el torneo cuenta con respaldo institucional, la conexión emocional del público con el Mundial de Clubes aún está lejos de la que generan la Champions League o la Copa Libertadores. A muchos aficionados les cuesta ver este torneo como “el verdadero mundial” del fútbol de clubes. Tal vez porque el prestigio no se construye con formato, sino con historia.
Esperemos que cambie la clasificación de los clubes, hay unos que netamente fueron de paseo, otros que solamente es nombre y atrae, mas no por méritos.
El Mundial de Clubes reformado tiene luces y sombras. Representa una visión ambiciosa, globalizada y comercial del fútbol. Pero aún debe demostrar que es más que una maquinaria de ingresos. Para consolidarse como una competencia seria y legítima, necesita equilibrio: entre espectáculo y competitividad, entre inclusión y calidad, entre negocio y fútbol. Porque si no logra ese balance, corre el riesgo de convertirse en una fiesta sin alma.
Este artículo representa una opinión personal y no refleja la postura oficial de este medio. Se trata de un análisis basado en fuentes y percepciones del autor sobre el contexto actual deportivo.