¡El precio de dibujar en la Asamblea!
Hay gestos que se vuelven símbolos, incluso cuando quienes los hacen no tienen la menor intención de comunicar nada. Esta semana, mientras se discutía en la Asamblea Nacional un tema tan delicado como los contratos del Gobierno con la empresa Progen, el asambleísta Dominique Serrano fue captado dibujando en su escaño. Una imagen que, por trivial que parezca, terminó siendo una metáfora perfecta del nivel de desconexión que existe entre la clase política y la ciudadanía.
En política, todo comunica. La presencia, el silencio, el vestuario, los gestos. Y en este caso, el dibujo. No importa si Serrano estaba prestando atención, si el garabato era inofensivo o si necesitaba «concentrarse». El problema no es el dibujo: es lo que comunica. Porque ese trazo, hecho en pleno ejercicio de fiscalización, nos dice algo sobre la manera en que ciertos representantes entienden (o no entienden) el poder, el rol público y la representación.
Este episodio no ocurre en el vacío. Llega en un momento de máxima desconfianza hacia la Asamblea Nacional. Las encuestas lo muestran con claridad: el Parlamento es una de las instituciones con menor credibilidad en el país. Y sin embargo, pareciera que algunos de sus miembros insisten en alimentar esa percepción de inutilidad, improvisación o irrelevancia. Y cuando a eso se suma el hecho de que familiares directos del mismo asambleísta también ocupan cargos dentro de la Asamblea, el mensaje se agrava: no solo se trivializa el trabajo legislativo, sino que se refuerza la sensación de que el poder sirve más para repartirse beneficios que para servir al país.
Serrano es uno de los asambleístas más jóvenes del país, y eso debería ser una buena noticia. Debería significar renovación, apertura, futuro. Pero cuando se banaliza el rol, se desperdicia la oportunidad de construir un nuevo relato generacional sobre lo que significa ocupar un espacio de poder. Es un riesgo: que este episodio se use como excusa para deslegitimar la participación juvenil en la política, cuando en realidad lo que necesitamos es más juventud, pero también más responsabilidad.
Hay quienes dicen que se está exagerando, que «solo fue un dibujo». Pero en comunicación política, hasta los garabatos cuentan. Porque la ciudadanía está mirando. Porque el poder, cuando se trivializa, deja de ser autoridad y se vuelve simple decorado.
Tal vez lo que nos deja este episodio no es la necesidad de una sanción ejemplificadora, sino una pregunta urgente: ¿qué está comunicando nuestra clase política, incluso cuando no habla? Y si sus gestos dicen tanto, ¿estamos prestando suficiente atención a los trazos que están dejando en nuestra democracia?
Dibujar no es el problema. Lo preocupante es que muchos de nuestros representantes llevan años trazando, a mano alzada y sin regla alguna, el deterioro del contrato social. En comunicación política, los símbolos pesan. Y cuando los símbolos que emanan del poder refuerzan la idea de un Estado desconectado, banal o capturado, el desafío ya no es solo político: es comunicacional. Recuperar la confianza exige no solo hacer las cosas bien, sino también parecer que se las hace con seriedad, con conciencia y con respeto por el escenario en el que se actúa.
Este artículo representa una opinión personal y no refleja la postura oficial de este medio. Se trata de un análisis basado en fuentes y percepciones del autor sobre el contexto actual político.