Kellogg’s y las marcas que desaparecen en silencio.
La empresa detrás de algunos de los productos más icónicos del desayuno mundial —de los tigres y tucanes que marcaron generaciones— ya no existe como tal. En 2023 se dividió, y en 2025 fue absorbida por otros gigantes. Hoy su nombre sobrevive, como etiqueta, no como compañía.
No fue una caída estruendosa, sino una desaparición silenciosa y en esa sutileza hay algo que vale la pena observar.
Lo que le ocurrió a Kellogg’s no fue una crisis de marketing, ni siquiera de calidad. Fue una desconexión progresiva. Una distancia cada vez mayor entre lo que la marca ofrecía y lo que las audiencias buscaban. Esa brecha, en comunicación, es cada vez más común.
Vivimos en un entorno donde los contenidos se consumen al ritmo del scroll, las lealtades se redefinen a golpe de clic, y las marcas —grandes o pequeñas— ya no compiten solo con sus pares, sino con cualquier cosa que capture la atención por un segundo más.
El dilema es real: ¿Cómo mantener la esencia sin volverse irrelevante?, ¿Cómo adaptarse sin perderse en lo que “funciona” ?, ¿Cómo crear contenido de valor que también circule, guste y se quede?
A veces se dice que el mercado se partió en dos: Lo que es funcional y barato y lo que es especial y auténtico. Pero lo cierto es que la mayoría de las marcas reales viven en el medio: ese espacio donde se prueba, se ajusta, se construye a largo plazo; donde no siempre se viraliza, pero sí se siembra. Ese lugar puede sentirse incómodo, pero también puede ser profundamente estratégico si se lo habita con conciencia.
Lo que Kellogg’s olvidó no fue solo adaptarse, sino escuchar. Porque comunicar hoy no es solo hablar bonito, sino entender los códigos del presente: lo que emociona, lo que mueve, lo que se comparte. Y también lo que da contexto, lo que explica, lo que aporta profundidad.
En tiempos de tanto ruido, quizá el verdadero desafío no es escoger entre ser viral o desaparecer, sino encontrar una voz que no se pierda en el algoritmo.
Para quienes construimos marcas, esto no es una condena ni una sentencia.
Es una invitación: A revisar si lo que decimos todavía conecta, a afinar la frecuencia, a crear espacios donde lo valioso también pueda ser visible.
Porque lo más triste no es que una marca desaparezca.
Es que haya tenido algo importante que decir… y nadie lo haya escuchado.
Este artículo representa una opinión personal y no refleja la postura oficial de este medio. Se trata de un análisis basado en fuentes y percepciones del autor sobre el contexto actual social.