El norte de Guayaquil, que alguna vez fue símbolo de crecimiento y clase media emergente, está en venta. Cada letrero que se cuelga es un grito de auxilio que nadie escucha.
“Se vende” y “se alquila” ya no son simples letreros inmobiliarios. Hoy, en el norte de Guayaquil, son señales de alerta. Reflejan una ciudad rota, donde la violencia ha reconfigurado el mapa urbano y empujado a familias y negocios a una migración forzada, sin que medie desastre natural alguno. El desastre es social.
Donde antes florecían tiendas, restaurantes y negocios familiares, ahora abundan locales vacíos, cortinas metálicas bajas, vidrios rotos y letreros descoloridos que imploran por un nuevo inquilino o comprador. Pero el negocio ha dejado de ser rentable y el miedo ha hecho que nadie quiera tomar el riesgo.

“En dos años he tenido cuatro inquilinos diferentes, y todos se han ido por miedo. Dos recibieron panfletos amenazantes. Nadie quiere quedarse a esperar el siguiente ataque”, relata Jaime Muñoz, propietario de varios locales en Sauces 4 y 7. No ha sido víctima directa, pero el terror ha entrado sin permiso a su vida diaria.
Las cifras son tan alarmantes como engañosas. La Policía del distrito Modelo reporta una disminución en los casos de secuestro y extorsión en 2025 en comparación con 2024. Pero esa aparente mejora se desmorona cuando se habla de la «cifra negra», los delitos no denunciados. Según el propio jefe policial, Juan Orquera, la mayoría de víctimas optan por el silencio, empujadas por la desconfianza, la impunidad y el temor a represalias
Mientras tanto, el Municipio de Guayaquil y el Gobierno central continúan enredados en discursos, operativos puntuales y ruedas de prensa que poco cambian la cotidianidad de los barrios golpeados. Se decomisan armas, se hacen capturas, sí. Pero el miedo permanece. Y con él, la huida.