«El mejor vino está por venir», una de las frases que resuenan en quienes recuerdan la visita del Papa en julio del 2015.
Este lunes 21 de abril, el mundo despertó con la noticia de la muerte del Papa Francisco. Miles de feligreses se han consternado por el fallecimiento de quien fue Jorge Mario Bergoglio. Su legado trasciende el Vaticano y se ancla con fuerza en las memorias de millones, especialmente en la de los ecuatorianos.
La visita del papa en julio de 2015 dejó un mensaje que, en tiempos de violencia y desasosiego, cobra nueva vigencia. En el Parque Samanes de Guayaquil, Francisco optó por una parábola sencilla: las bodas de Caná. Allí, Jesús convirtió agua en vino, y el Papa transformó ese milagro en una metáfora poderosa para las familias ecuatorianas.

“Hay una madre que está atenta”, dijo entonces, recordando que el primer paso hacia el milagro es no ignorar la falta de vino, sino detectarla, orar y actuar. Para Francisco, la familia es el primer refugio, donde se aprende a vivir sin excluir a nadie. Como su madre alguna vez dijo al hablar de sus hijos: “Si me pinchan este dedo, me duele igual que si me pinchan este”.
Hoy, ese mensaje resuena más fuerte que nunca. En medio del dolor social, la promesa sigue vigente: “El mejor vino está por venir”. No como consuelo ingenuo, sino como una certeza para quienes aman, luchan y creen. Esa fue, y sigue siendo, la fe de Francisco junto al legado que dejó su visita en el país.
