El fútbol ecuatoriano, rehén de los amaños y apuestas

Opinión

El fútbol ecuatoriano, especialmente en la Serie B, atraviesa una crisis silenciosa pero devastadora: el fantasma de los amaños de partidos. Lo que debería ser un torneo que nutra de nuevos talentos al balompié nacional se ha visto ensombrecido por intereses económicos oscuros y la intromisión de las casas de apuestas.

El problema no es nuevo. En las gradas, en los camerinos y hasta en redes sociales se comenta abiertamente sobre partidos “arreglados”, resultados sospechosos y jugadas inexplicables que parecen responder más a un guion premeditado que al azar del deporte. Lo más alarmante es que los protagonistas, desde jugadores hasta dirigentes, se han convertido en víctimas fáciles de un sistema que los arrincona por sueldos atrasados, clubes en crisis y la tentación de un ingreso rápido mediante el amaño.

Las casas de apuestas, por su parte, han encontrado en ligas menores un terreno fértil para manipular. Mientras los grandes torneos cuentan con más controles, la Serie B se vuelve un espacio vulnerable donde un penal inventado o un gol en los últimos minutos puede mover millones de dólares en el mundo virtual de las apuestas, tan fácil como entrar a un grupo de Telegram. El negocio florece, pero el fútbol muere.

El daño va más allá de lo económico. Se corroe la esencia misma del deporte: la competencia justa, la ilusión del hincha y la dignidad del jugador. ¿Cómo creer en un campeonato donde la sospecha pesa más que el talento? ¿Qué joven promesa puede crecer en un entorno donde se premia la trampa y no el esfuerzo?

Lo más preocupante es que estas sombras ya no se limitan solo a la Serie B. En la Serie A, también se ha levantado la voz de alerta sobre presuntos amaños que salpican a El Nacional, un club histórico que no debería estar vinculado a este tipo de sospechas. La sola mención de su nombre en este contexto enciende alarmas, si el mal ya tocó a la máxima categoría, el problema es mucho más profundo de lo que parece.

Incluso figuras de talla internacional han advertido sobre este cáncer. El exjugador y hoy técnico brasileño Filipe Luís fue tajante: “He recibido varias ofertas para anunciar casas de apuestas, pero no lo hago porque sé el daño que causa a quienes apuestan. Es una adicción, una droga, por desgracia. Dentro de 20 años miraremos atrás y veremos que todos los equipos anunciaban casas de apuestas y no entendíamos el daño que le hacía a tanta gente.”

Ese testimonio no solo refleja un problema social, sino que desenmascara la hipocresía de un sistema que prioriza el dinero rápido sobre la integridad del deporte. Y de jugadores que aceptan porque, probablemente, estén bajo amenazas.

Si ya resulta preocupante que jugadores y partidos estén bajo la sombra de las apuestas, es aún más grave que el nombre oficial de la competencia esté vinculado a una casa de apuestas. Hoy, la máxima categoría del fútbol ecuatoriano se llama LigaPro Ecuabet, y ese hecho en sí mismo transmite un mensaje demoledor, el campeonato entero está atado al negocio del juego.

La consecuencia es doble. Por un lado, se normaliza ante la opinión pública que apostar es parte del fútbol, como si fuera inseparable del espectáculo. Los niños y jóvenes que siguen la liga crecen viendo que el logo de una casa de apuestas es la marca que envuelve al torneo, lo que convierte a las apuestas en algo aspiracional y cotidiano. La frontera entre disfrutar el deporte y arriesgar dinero en él se difumina peligrosamente.

Por otro lado, se compromete la credibilidad institucional. ¿Con qué fuerza puede la LigaPro sancionar un amaño si su propio sostén financiero viene de la industria de las apuestas? ¿Cómo confiar en la imparcialidad de una competencia que, desde su nombre, ya está asociada al mismo negocio que se beneficia de los resultados dudosos?

El patrocinio no es inocente, es un círculo vicioso. Las apuestas financian la liga, la liga legitima a las apuestas, y el espectáculo termina convertido en un casino disfrazado de fútbol.

Hoy más que nunca, la Federación y los organismos de control deben actuar con firmeza. Se necesitan investigaciones profundas, sanciones ejemplares y, sobre todo, un plan serio para blindar a nuestro fútbol de los tentáculos de las mafias de apuestas. Sin medidas contundentes, tanto la Serie B como la Serie A seguirán siendo rehenes de la corrupción, y el fútbol ecuatoriano seguirá perdiendo credibilidad.

Ecuador no puede darse el lujo de hipotecar su fútbol a intereses que minan la esencia del deporte. Que la liga se llame LigaPro Ecuabet no es solo un acuerdo comercial, es la señal más clara de que el fútbol ecuatoriano está siendo colonizado por las apuestas. El balón debe rodar limpio. El fútbol no puede convertirse en un simple tablero de casino. Si permitimos que las apuestas decidan quién gana y quién pierde, no solo estaremos enterrando a la Serie B, sino hipotecando el futuro mismo del fútbol en Ecuador.

Este artículo representa una opinión personal y no refleja la postura oficial de este medio. Se trata de un análisis basado en fuentes y percepciones del autor sobre el contexto actual deportivo.

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