El Estero Salado no necesita solo atención en emergencias. Necesita protección constante, transparencia en las investigaciones y sanciones contundentes contra quienes lo dañan.
Una vez más, el Estero Salado se convierte en escenario de un nuevo atentado ambiental. La reciente aparición de una mancha de hidrocarburos identificada preliminarmente como aceite quemado en un ramal del estero, a la altura de Kennedy Norte y Urdesa, ha encendido las alarmas entre la ciudadanía y reavivado el debate sobre la desprotección de este ecosistema clave para Guayaquil.
La respuesta institucional no se hizo esperar. Equipos del Ministerio del Ambiente (MAATE), el Cuerpo de Bomberos de Guayaquil y otras entidades técnicas desplegaron barreras absorbentes para contener la sustancia, mientras se realizaban sobrevuelos y recorridos fluviales para evaluar el impacto. Pero detrás de esta reacción protocolar se esconde una realidad más profunda: la persistencia de un modelo urbano e industrial que pone en jaque, una y otra vez, la salud del estero y sus habitantes.
La afectación no solo es ecológica. Las imágenes de fauna cubierta de hidrocarburos y el testimonio de moradores que denuncian malos olores y condiciones insalubres revelan el costo humano de esta negligencia recurrente. No es la primera vez que ocurre. En los últimos meses, los episodios de contaminación se han vuelto frecuentes.
La recolección de tres toneladas de basura durante una reciente minga comunitaria apenas araña la superficie de un problema estructural: la falta de control riguroso sobre los vertidos industriales y el deficiente manejo de residuos urbanos.

Aunque el MAATE ha iniciado una investigación técnica y se espera que el informe final sirva para determinar responsabilidades, la historia muestra que rara vez estas acciones derivan en sanciones ejemplares. La solicitud de videovigilancia al ECU 911 para identificar a los responsables del vertido puede ser un paso positivo, pero si no hay voluntad política para aplicar la ley ambiental con firmeza, el ciclo se repetirá.
Mientras tanto, el Estero Salado vital para mitigar inundaciones, conservar el manglar y proteger la biodiversidad sigue expuesto. Las acciones de contención y limpieza, aunque necesarias, no sustituyen a una política preventiva sostenida. ¿Hasta cuándo se permitirá que la falta de fiscalización y el débil compromiso ambiental de algunos actores sigan contaminando no solo un ecosistema, sino también la confianza ciudadana?