La violencia sigue marcando territorio en las aulas, mientras la educación continúa en decadencia y los menores se vuelven blancos de las bandas criminales para reclutamiento.
La puerta de una escuela debería ser símbolo de esperanza, no de muerte. Sin embargo, este lunes, en Mucho Lote 1, en el norte de la ciudad, el ingreso a la unidad educativa César Andrade Cordero se convirtió en el escenario de una nueva ejecución a sangre fría. Una pareja fue asesinada por sicarios minutos después de dejar a sus hijos. El horror ocurrió mientras madres y padres corrían para salvarse, y el agresor huía en tricimoto.
Lo ocurrido no es un hecho aislado. La violencia ha permeado las rutinas escolares de la Zona 8 Guayaquil, Durán y Samborondón y ha sembrado pánico entre estudiantes, docentes y familias. A pesar de las promesas de seguridad por parte del Ministerio de Educación, el sicariato no espera al cambio de turno ni a los anuncios oficiales.

Testimonios recogidos revelan cómo algunos colegios ya modifican sus dinámicas para evitar conflictos entre alumnos con vínculos a bandas rivales. La educación se adapta a códigos delictivos: profesores que sugieren a padres cambiar de escuela para evitar enfrentamientos, padres que optan por virtualidad o transporte privado por miedo a que sus hijos sean víctimas colaterales. Ya no se trata solo de aprender, sino de sobrevivir.
Mientras las autoridades organizan mesas técnicas, la cifra de estudiantes fuera del sistema educativo supera los 44.000. El abandono escolar, el reclutamiento forzoso, y la extorsión a docentes son señales de una educación atrapada en emergencia, aunque el Estado aún no la declare como tal.