Cuando el Balón de Oro vuelve a tener sentido.
Durante años, el Balón de Oro se convirtió en una ceremonia tan prestigiosa como cuestionada. La entrega del galardón, que alguna vez representaba el reconocimiento más puro al mejor futbolista del planeta, terminó envuelta en polémicas por favoritismos, campañas mediáticas y decisiones que parecían responder más a la nostalgia o al marketing que al rendimiento deportivo. El público, y gran parte de la prensa especializada, dejó de creer en la justicia del trofeo.
Es por eso por lo que la coronación de Ousmane Dembélé como Balón de Oro representa mucho más que un premio individual: es la recuperación de la credibilidad de un símbolo que estaba perdiendo su brillo.
El camino de Dembélé no fue fácil. Marcado por las lesiones en los primeros años de su carrera, señalado como promesa incumplida y criticado por su falta de disciplina en sus inicios, pocos imaginaban que lograría este nivel de madurez futbolística. Sin embargo, con constancia, trabajo silencioso y un nivel de desequilibrio que lo ha convertido en el jugador más determinante de la temporada, el francés escribió un relato de redención deportiva. Hoy, Dembélé no solo es un futbolista desequilibrante en el uno contra uno, sino también un líder dentro y fuera del campo, capaz de arrastrar a su equipo en los momentos decisivos.
Antes de levantar el Balón de Oro, la vitrina de Ousmane Dembélé ya reflejaba una carrera sólida y llena de conquistas. Con la selección francesa se consagró campeón del mundo en 2018, fue subcampeón en Catar 2022 y levantó la Liga de Naciones en 2021, demostrando que su talento podía brillar también en los grandes escenarios internacionales. En clubes, su trayectoria estuvo marcada por títulos importantes desde sus primeros pasos en el Borussia Dortmund, donde ganó la Bundesliga y la Copa de Alemania, hasta su paso por el FC Barcelona, con el que conquistó varias Ligas, Copas del Rey y Supercopas de España. A ello se suman conquistas internacionales más recientes, donde tuvo protagonismo en la Champions League y en los títulos nacionales con su actual club. En el plano individual, fue reconocido como Mejor Jugador Joven de la Bundesliga en 2017, además de recibir nominaciones a equipos ideales de temporada y premios que resaltaron su capacidad de desequilibrio y regularidad.
En el repaso de las heridas que arrastra el Balón de Oro es imposible no mencionar a quienes lo merecieron y jamás lo alzaron. El caso más reciente y doloroso es el de Robert Lewandowski, quien en 2020 firmó una temporada descomunal con el Bayern Múnich —campeón de Champions, Bundesliga y Copa—, siendo el máximo goleador en todos los torneos. Sin embargo, la cancelación del premio por la pandemia le arrebató un galardón que parecía indiscutible.
Más atrás quedan las eternas deudas con el fútbol español: Andrés Iniesta y Xavi Hernández, arquitectos de la época dorada del Barcelona y pilares del Mundial y las Eurocopas con España, nunca recibieron el reconocimiento pese a dominar el fútbol europeo durante una década. El premio, en esos años, quedó atrapado en la disputa mediática entre Messi y Cristiano Ronaldo, que eclipsó rendimientos colectivos e históricos.
En tiempos más recientes, otros nombres han quedado marcados por la injusticia. Vinícius Júnior, decisivo en títulos del Real Madrid y en finales de Champions, parecía tener la narrativa y los números a su favor, pero la falta de respaldo mediático lo alejó del trofeo. Lo mismo con Erling Haaland, cuya temporada goleadora récord en el Manchester City, con triplete histórico incluido (Premier League, FA Cup y Champions), fue insuficiente frente a las narrativas construidas alrededor de otros candidatos.
Estos vacíos en la historia del premio explican por qué el Balón de Oro perdió credibilidad en los ojos de muchos. No se trataba solo de a quién se premiaba, sino de a quiénes se dejaba fuera, aun cuando sus méritos eran imposibles de ignorar.
La elección de su nombre como ganador rompe con esa tendencia de premiar únicamente al más mediático o al más histórico. Es una decisión que se sostiene en estadísticas, impacto colectivo y trascendencia real en los títulos logrados. Y, sobre todo, es una decisión que devuelve coherencia a un trofeo que, en ediciones pasadas, se había visto empañado por polémicas: desde premios que parecían concesiones por trayectoria hasta olvidos imperdonables de temporadas brillantes de jugadores menos mediáticos.
Al darle el Balón de Oro a Dembélé, France Football no solo reconoce a un futbolista que ha sabido reinventarse, sino que también envía un mensaje al mundo: la justicia deportiva aún puede imponerse a los intereses de las campañas y los favoritismos. Este premio recuerda que el Balón de Oro no debe ser un concurso de popularidad, sino el espejo fiel de lo que sucede dentro del campo de juego.
La credibilidad no se recupera con un solo gesto, pero sin duda, este es un paso enorme. Dembélé gana el Balón de Oro, y con él, lo gana también el fútbol.
Este artículo representa una opinión personal y no refleja la postura oficial de este medio. Se trata de un análisis basado en fuentes y percepciones del autor sobre el contexto actual deportivo.