Aerovía de Guayaquil: deuda millonaria sin resultados

A cinco años de su inauguración, el transporte aerosuspendido moviliza apenas el 18% de los pasajeros proyectados, mientras los guayaquileños empiezan a cuestionar el millonario contrato que lo sostiene.

Para Marisol Andrade, docente y madre de familia, abordar por primera vez una cabina de la Aerovía fue una aventura. El vértigo, el miedo a las alturas y el temor a las aguas del Guayas quedaron relegados ante el entusiasmo de finalmente usar un sistema de transporte que siempre quiso probar. Sin embargo, la emoción de Marisol contrastaba con el desinterés de otros usuarios y, sobre todo, con el silencio de las cabinas semivacías.

Desde su inauguración en diciembre de 2020, el sistema aerosuspendido prometía ser una solución moderna a la congestión vial entre Guayaquil y Durán. El proyecto, que costó USD 134 millones, preveía movilizar a 35.000 personas al día. Pero en febrero de 2025 apenas se registraron 6.518 usuarios diarios en promedio: solo el 18% de la meta inicial. Una caída sostenida desde su primer año de operación.

Mientras el 85% de la inversión fue financiado con deuda pública, los ingresos van en su totalidad a la empresa privada operadora, según lo estipulado en el contrato firmado por la administración del exalcalde Jaime Nebot. Hoy, el Municipio de Guayaquil sigue pagando esa deuda, con intereses, sin que el sistema demuestre su rentabilidad ni en cifras ni en impacto social.

“El trazado fue antitécnico y no responde a las necesidades de movilidad de la ciudad”, critica César Cárdenas, del Observatorio de Movilidad de Guayaquil. Para él, la Aerovía se ha convertido en un “mal negocio municipal”, por lo que anuncia que se analiza una posible demanda ciudadana para revisar el contrato.

Mientras tanto, fuera de las horas pico, las cabinas recorren el cielo guayaquileño con apenas uno o dos pasajeros, o con familias como los Zambrano-Párraga, que viajan desde otras provincias para probar el sistema como una atracción turística. Así, la Aerovía oscila entre ser un mirador aéreo y un símbolo de la desconexión entre planificación pública y realidad ciudadana.

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